martes, noviembre 28, 2006

Silvio en los 60

Los años sesenta fueron una especie de cábala. Las hendiduras de su radical rebeldía y su aspecto desaliñado indicaban un camino para alcanzar un mundo superior y encontrar la órbita humana de la existencia.

A partir de esa década nada pudo ser igual. El salto mental de la literatura de Allen Ginsberg, Jack kerouac y William s. Burroughs a los sótanos de la realidad manufacturada por el gobierno estadounidense de turno, las canciones de Los Beatles, Bob Dylan y la inmortal influencia de las luchas del pueblo vietnamita contra el agresor, las guerrillas latinoamericanas y el Che Guevara impulsaron los ideales de una generación que pensaba en romper las ataduras y por momentos alteró las terminales nerviosas de Occidente.

Las quimeras de la generación del sesenta afluyeron en Cuba con las utopías nacidas de la joven revolución que brotaron en cada borde de las venas del archipiélago. Libertad, Fidel, el Che, Girón, ataques, resistencia, rebeldía, desafío, irreverencia, patriotismo, necesidad de cambios que ya no tendrían vuelta atrás, fueron las inevitables convergencias que parieron un movimiento en ebullición, la Nueva Trova, y a uno de sus máximos exponentes: Silvio Rodríguez.

Sus primeros "disparos" trovadorescos pertrecharon a un inmenso arco de seres humanos que, de un lado a otro de América Latina, descargaba sueños y armas contra tanques, y en Cuba tomó forma de canciones bajo el resguardo profético de Haydee Santamaría y de su tótem espiritual, la Casa de las Américas.

Los discos antológicos de Silvio parecen abrigar todo lo que la vida encierra de rebelión. Días y Flores, Al final de este viaje, Rabo de Nube, Tríptico... son parachoques del compromiso social. Sus temas sobrevienen en el clamor contemporáneo de las guitarras de jóvenes y otros no tan jóvenes que se desparraman en cualquier parque para seguir coreando las letras escuchadas en conciertos de Pablo Milanés y Noel Nicola —otros legendarios cofundadores de la NT— X Alfonso, Santiago Feliú, Gerardo Alfonso y Polito Ibáñez.

Así han transcurrido fragmentos de la vida de una parte importante de mi generación y de otras marcadas también por sus coyunturas, sus ídolos, sus venturas y desventuras, aumentadas frente al látigo del bloqueo.
Bajo el oráculo de 1980 nos trasladábamos a las escuelas al campo y las becas, donde no podían faltar en un rincón privilegiado de las maletas los gastados casetes de Silvio como amuleto protector frente a un paisaje difuso que se antojaba atractivo y misterioso, y que a esta altura del viaje signó nuestras vidas.
En la oscuridad de los albergues creamos una épica propia con textos como La era está pariendo un corazón, Te doy una canción, Playa Girón, En estos días, que volaron muy alto sobre los copiosos campos de naranjas y limones.
El impacto de los noventa nos hizo crecer rápidamente. Pero seguimos forjándonos en el primigenio espíritu redentor de esta nación. Si mirábamos al lado en busca de apoyo, las canciones de Silvio continuaban vibrando como bálsamo sedante o fuego graneado, ahora junto a las de Van Van, Fito Páez, Joaquín Sabina, Rubén Blades, Bob Marley, Nirvana¼ Luego un llamado avisó del correr de la edad: dos años en las filas del ejército, aldabonazo de una realidad diferente. Un nuevo reaprendizaje.
Entonces, en la memoria los años de servicio militar de Silvio, su expedición por las tierras polvorientas de Angola, cuando cambió la guitarra por el fusil siendo miembro de una caravana artística.
Ya en la Universidad nos volvimos a encontrar. Aquel sagrado recinto parecía el lugar perfecto para completar las utopías. Una acrisolada tarde del verano del 2004 caminé junto a un grupo de amigos por la Plaza de la Revolución. Allí al principio de la explanada, Silvio y Leo Brouwer, al mando de una orquesta sinfónica, ensayaron lo que al otro día fue un imponente concierto.
Y ahora descubro que el hombre que un día convirtió canción en rebeldía y amor, cumplirá el próximo 29 de noviembre 60 años a una altura desde donde descienden novísimos juglares que, aunque todavía deben crecer, barrer escollos y derribar muros, podrían subsistir fieles a la estela inicial del trovador.
FUENTE:
http://www.granma.cubaweb.cu/2006/11/25/cultura/artic02.html

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