lunes, agosto 27, 2007

Oscar Chávez llena de dignidad zapatista el Auditorio Nacional


“No sé si es política… ¿cómo llamarle?… ¡Es por dignidad!”, expresó El caifán mayor, Oscar Chávez, respecto del porqué apoya decididamente a los zapatistas de Chiapas, durante su concierto del sábado en el Auditorio Nacional, en el que en tres pantallas se proyectaron imágenes de los indígenas en los Montes Azules, en la tarde, cuando baja la niebla y ellos aparecen, para reunirse y tratar asuntos importantes para sus comunidades.

Un sonoro aplauso para El Estilos, de Los Caifanes, quien dedicó sus canciones al movimiento zapatista, en el recital titulado La otra guitarra, en referencia a una pequeña lira que le regalaron los indios del sureste, como muestra de agradecimiento por la ayuda y la actitud solidaria de Chávez y el trío Los Morales, sus incansables compañeros en múltiples escenarios. Las regalías del disco Chiapas son para los zapatistas, para los niños, para que coman, al menos, un huevo al día.

En las pantallas, el lenguaje de la dignidad detrás de un pasamontañas, los ojos a lo Emiliano Zapata, rasgados y fijos, de indio pensativo. El orden cerrado de las bases zapatistas, su disciplina. La Escuela Secundaria Primero de Enero, en Oventic, con los honores a las banderas nacional y zapatista. Los himnos nacional y zapatista.

El concierto se llama La otra guitarra, que es como decir la otra campaña, la otra mirada. Ese México ancestral y olvidado, negado y discriminado, traído al foro de Reforma, para que 10 mil asistentes digan, comuniquen que los zapatistas siguen en sus cerros y selvas. En espera.

A las 20:15 comenzó el concierto, uno más de los que cada año, de manera ritual, da Chávez en el Auditorio Nacional. El romance de Román Castillo marcó la noche, en la que alternadamente a las imágenes de los zapatistas se sucedieron las de Pancho Villa, Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y del propio Zapata; se escucharon los nombres de los hermanos Flores Magón, esa ala radical de la Revolución Mexicana.

La valona del preso, la mordaz Traicionera, La rana (que inició una larga serie de “canciones infantiles, de cuando los niños eran más inteligentes y no andaban con eso de Timbiriche”, acotó Chávez), La media muerte, Soldadito (durante ésta se proyectaron fotos de la represión en Atenco y paredes con pintas de “Oaxaca no se rinde”).

La guitarra de Pepe Ordaz acompañó a Chávez, con precisión y sentimiento. Otra serie fue con un grupo de cinco músicos dirigidos por Jorge García, guitarrista y segunda voz en varias rolas de Oscar: Manuel Guarneros, guitarra; Ernesto Anaya, violín; Jorge Velasco, bajo; Mónica del Aguila, chelo, y Juan Luis González, percusiones.

Concierto duro y triste

El Caifán tiene sus fans, y aunque reacio y parco a desplantes tipo rockstar, responde a los “¡papacito!” con frases como “¡espérate, mujer!” o “¡no sabía que fuera tan prolífico!”

El tono de la tocada, comparada con las de otros años, es duro y hasta triste. Voces en el auditorio le piden unas más alegres, pero el programa será a lo Chávez, sin concesiones.

Ante los gritos que le pedían algunas piezas de las más famosas, respondió: “Para la otra hago play back”. Palmas con “cui-cui cantaba la rana”. A moverse en el reducido espacio del asiento cuando los sones jarochos, como El coco, se escucharon en todo su esplendor y alegría, arpa de por medio, para un zapateado coordinado.

La canción popular e histórica pesó toda la noche, con composiciones de Ignacio Cárdenas, mentor que sabe de las gestas de los sectores invisibles para la historia oficial, esa abstracción plasmada en libros de texto.

La ciudad de no sé dónde, Andando yo paseando, Cuchito (el que mató a su mujer con un cuchillito de su tamaño –machete–), Ciudad Madera, Los Dorados de Villa, La bola suriana, El jarabe loco, para cerrar una primera parte con Siempre me alza la danza, que trata del incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar por parte del gobierno federal.

Se nos va el Metro

La segunda parte se fue volando, con La lloroncita, Duérmete, niña bonita, Noche buena, El marrano (“que se la íbamos a dedicar al secretario de Hacienda, pero superó todas las expectativas”, bromeó), Cinco siglos, Los maestros, Virgen de Guadalupe (“contra los miserables curas que andan medrando con la imagen de la Virgen”), de la que se proyectó una imagen. El discurso visual fue responsabilidad de Rafael López Castro, quien ha hecho algunas de las portadas de los discos de Chávez.

Así siguió la noche, con alusiones a la matanza del 68, con una sentida Alta traición, poema musicalizado de José Emilio Pacheco.

“¡Se nos va el Metro!” O sea, que hay que apurarle, aconseja El caifán consciente. Cerró como siempre: Hasta siempre… comandante Che Guevara, Por ti, Macondo, Perdón y Un año más sin ti. A las 22:50 dijo a modo de despedida: “Nos vemos el año que entra, si el sexenio nos lo permite”.

sábado, agosto 25, 2007

Nacen los Tigres


En el primer equipo felino figuró el ahora presidente de Rayados, Jorge Urdiales

Ángel Chávez Córdova

Monterrey, México (24 agosto 2007).- El Club Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León cumple hoy 40 años de vida, ya que se fundó el 25 de agosto de 1967.

Para poder competir en la Segunda División del futbol mexicano, el naciente equipo necesitaba la anuencia de los clubes regiomontanos Monterrey y Nuevo León. Y el 24 de mayo de 1967, los presidentes de ambos conjuntos, José Rivero y Sergio Salinas, respectivamente, dieron el visto bueno para que aparecieran los Tigres y le dieran vida al recién inaugurado Estadio Universitario.

Tras conocer la aprobación de la rama de Segunda División, el Patronato Universitario, cuyo presidente era Manuel L. Barragán, acordó constituir el Club Deportivo Universitario, A.C., mismo que se oficializó el 25 de agosto de 1967.

El primer Consejo Consultivo del Club Deportivo Universitario, que lo fue a su vez del Club de Futbol Tigres, quedó integrado de la siguiente manera:

Presidente: Dr. Carlos Canseco Jr; Secretario: Lic. Arturo Quintero; Tesorero: C.P. Ramón Cárdenas Coronado; Vocales: Ing. Ernesto Romero Jasso, Jesús D. González, Ing. César Tijerina González, Ing. Gerardo Torres Díaz y Ramón Pedroza Langarica, quien también actuó como gerente administrativo.

Antes de su oficialización, los Tigres ya habían debutado en el torneo 1967-68 en Ciudad Madero, donde fueron goleados 4-0 por los Petroleros, con tres goles de Catarino Tafoya y penal de Álvaro del Peral.

La alineación de aquel primer juego de los Tigres, celebrado el 9 de julio de 1967, fue la siguiente:
Gerardo Palacios; Jorge Urdiales, Miguel Zamarrón, Eduardo Cabañas (Mauro Torres) y Humberto Terrón; Juan Roberto Medina y Jesús Rodríguez (Gerardo Cornejo), Jesús Morales, José Guadalupe Piña, José de Jesús Morales y Rómulo Ruiz. Técnico: El peruano Augusto Arrasco.

El jueves 13 de julio del mismo año, los Tigres se presentaron en el Estadio Universitario con empate 2-2 frente al Orizaba de Veracruz.

El primer gol de los felinos lo anotó José de Jesús "Triquis" Morales, quien igualmente metió el segundo para ponerlos arriba 2-0.

Sin embargo, a ocho minutos del final se interrumpió el juego por tremendo aguacero, pero al reanudarse los Chayoteros consiguieron la increíble igualada con goles de Rafael Adame y Sergio Vázquez.

En aquel histórico juego, los Tigres tuvieron la siguiente alineación:
Gerardo Palacios; Jorge Urdiales, Miguel Zamarrón, Eduardo Cabañas y Humberto Terrón; Jesús Morales y Rómulo Ruiz; Jesús Rodríguez (Mauro Torres, quien a su vez fue suplido por José Guadalupe Piña), José de Jesús Morales, Juan Roberto Medina y Juan Alvarado.

Al terminar su primera campaña, los Tigres se salvaron por un punto de caer a la Tercera División.

Caetano Veloso, un estallido de felicidad en el Auditorio Nacional

Las dos horas de música que ofreció el brasileño bastaron para compensar los siete años de ausencia en México

Maestro de humildad, se dice: “insoportable en la guitarra”

PABLO ESPINOSA

Una fiesta. El retorno de Caetano Veloso fue una celebración de la vida y sus encantos. Más de dos horas de poesía, belleza, momentos sublimes, canciones a todo galope, tambores de samba y sonidos de una contemporaneidad exacerbada, con un cuarteto formidable entablado con el maestro al frente y tres jóvenes alumnos de excelsitud suprema. La música más reciente escrita por uno de los más grandes artistas contemporáneos y guiños a clásicos retrospectivos en rotundo frenesí.

Luego de siete años de ausencia, Caetano Veloso volvió a pisar el proscenio del Auditorio Nacional, pletórico de una masa ferviente, febril. Un estallido de felicidad.

El concierto fue vertebrado por el contenido de su más reciente grabación, , de manera que inició con el primer track de ese disco, Outro, en señal inequívoca de lo que vendría: una sucesión de cataratas de magma con gemas brillantes en su cauda: la más honda y alta poesía, que sonó enseguida: Minhas lágrimas, segunda pieza del disco, , que integró el primero de los dos momentos más íntimos y delicados de la velada.

De inmediato, las butacas se convirtieron en asientos de avión y por la ventanilla se divisó, en ese estado de pasmo extasiado que envuelve al viajero, el poema y el vuelo de ángeles de cuya desolación espejeó el maestro, quien la entonó en su idioma original, el portugués y enseguida, en un derroche de gramática y maestría, la repitió en perfecto prosódico español.

Desolaçâo de Los Angeles/ a Baixa California e uns desertos ilhados por/ um Pacifico turvo/ a asa do aviâo/ o tapete cor de poiera de dentro do aviâo/ a lembrança do branco de uma página/ nada serve de châo/ onde caiam minhas lágrimas/ desolación de Los Angeles/ la Baja California y esas islas desiertas contra un Pacífico turbio/ el ala del avión/ una alfombra color de nieve/ recuerda el blanco de una página/ No encuentro lugar donde caigan mis lágrimas.

Canciones de ángeles

Lento y suave, lento y triste, lento y doloroso. Como una gimnopedia de Satie, el poema de Caetano suena en remembranza de las canciones de ángeles de su colega Milton Nascimento. Una canción hermosa, sumamente hermosa, tan hermosa que hace llorar de tan hermosa.

Cambia enseguida el tono a otro golpeteo de ritmo irresistible que inicia a capella, otra vez en portugués y suelta el baile. Baila el maestro Caetano, recorre de punta a punta el proscenio, paso veloz, trote feliz a sus 65 años recién cumplidos hace un par de semanas, el 7 de agosto. Irradia, esplende, contagia felicidad.

El gran Caetano, el maestro, príncipe, gladiador, sultán, héroe mitológico, Apolo redivivo. Si el Dalai Lama es la enésima rencarnación de Buda, Caetano Veloso es la chingoncésima rencarnación de un conglomerado de ángeles. Moito obrigado, dice. “Estar nuevamente aquí es para mí como un sueño”. Y presenta, en su mayéutica perfecta, a sus alumnos-músicos de prodigio y talento extremo: el joven maestro Pedro Sa en la guitarra, el niño maestro Ricardo Díaz Gómes en el bajo, el púber maestro Marcelo Callado en la bataca. Relevo generacional en vivo y en directo. Sócrates en tanga verdeamarela. Y baila en escena. Y canta en un sueño y suelta la siguiente pieza con harto ska y la siguiente la dedica a otro maestro de maestros, el violonchelista brasileño Jacques Morelembaum y ofrece otra canción-poema donde habla del sexo de las mininhas y vuelve a bailar y vuelve a correr, en una galopa cual si fuera Nino Rota en Bahía, el proscenio de punta a punta, como lo hace a sus 64 años Mick Jagger aunque no con la velocidad supersónica de su Satanísima Majestad y vuelve a trotar entero el larguísimo proscenio, vuela, saeta en parsimonia, la amplísima boca de escena y sin boquear, del Auditorio Nacional y regresa al centro de la escena y se sienta y se protege en una guitarrita de palo como mástil para oír el canto de sirenas y dice en perfecto español ah, qué maravilla, que alto está México y que ancho está el proscenio y el mundo se vuelve más ancho y más alto y más bello porque Caetano vuelve a engarzar canciones de y piezas de antaño medio y lontano y deja espacio para que sus músicos desplieguen sus talentos: el bajista, inconmensurable, pone en vida a Petroushka en los arpegios de sus digitaciones, el guitarrista pone colores insólitos en sus modulaciones y el baterista transporta el Sambódromo entero al Auditorio Nacional.

Hace chistes Caetano de sus decires políticos en las entrevistas, se burla de sí mismo, maestro de la humildad, cuando se dice insoportable a la guitarra, despliega su amplísimo registro canoro de graves insólitos hacia agudos de mirlo, alondra en ascenso, glosa clásicos de otros lares como el cucurrucucú sin la carga acomplejada y autoconmiserativa de México, pero sí con la poesía profunda de José Alfredo (“de pasión mortal moría”) y se muestra nuevamente semidios, alto maestro de la humildad, hombre sencillo y que lo niegue su camisa raída por el tiempo y su vestir como si nada, como si la grandeza no estuviera en el interior de cada uno y suelta nuevas églogas y aproxima el segundo momento más sublime de la noche con un clásico que pone la carne de gallina: London, London, revisitada con un fraseo estremecedor: green grass blue eyes/ gray sky God bless silent peine/ and happiness/ I came around to say eyes/ while my eyes/ go looking for fliying saucers in the sky.

Notas efervescentes

Ahora un recitativo, el clásico decir los poemas sin basso continuo ni clavicordio, pero en su lugar punzadas de notas efervescentes, secas, de contundencia letal, para decir sus verdades sociales, su compromiso con los desposeídos. O herói, la canción que culmina el disco , aproxima el desenlace del concierto y recuerda otra obra maestra suya en el mismo tenor: Haití, pero habrá de volver el maestro a regalar cuatro piezas y en esos cuatro encores se vuelca entera la felicidad por vez enésima.

Todo termina en la galopa que inició el concierto, un encabalgamiento melódico que se hiende en la carne y en la sangre de la multitud que abandona el recinto más feliz y más humano que nunca.

Felicidad. Así se llama el hermoso regalo de Caetano a sus coetáneos. Una fiesta su concierto.