miércoles, noviembre 08, 2006

canciones inteligentes para «barman» insensibles

Frank Delgado: canciones inteligentes para «barman» insensibles
por Humberto Manduley
López


(Para Magda y los desencuentros)

Bajo el título genérico de "Canciones decadentes para borrachos sensibles"
el trovador Frank Delgado se estuvo presentando durante alrededor de dos
meses (septiembre y octubre) en El Tocororo, uno de esos sitios turísticos
en el Miramar habanero que, por lo general, permanecen al margen de este
tipo de música. Fueron actuaciones que arrancaban en la tardía noche del
sábado y se prolongaban hasta entrada la madrugada siguiente, según
resistieran el trovador, su público y los dependientes.

Cada noche Frank se proponía repasar un repertorio ajeno que le resulta más
o menos familiar, intercalando, solo de manera ocasional, algunas canciones
de su autoría. Quizás se buscaba recrear aquel antiguo ambiente bohemio de
bares y cantinas, que identificó a la trova por muchos años, y que
últimamente, dada la inexistencia de lugares de reunión y descargas, se ha
ido perdiendo. No hablo solo del socorrido slogan de que "la trova sin trago
se traba", sino de escuchar a un autor, fuera de la solemnidad de los
teatros, interpretando temas que no le pertenecen pero que remueven fibras y
tocan sensibilidades.

Esta vocación por apropiarse (amistosamente) de temas ajenos ha
caracterizado a Frank Delgado desde sus primeros guitarrazos hasta hoy.
Varias veces se ha propuesto emprender recitales temáticos, abordando
canciones de distintos autores, pero mientras demora en concretarse ese
plan, lo del Tocororo compensaba en algo.

De ese modo nos acercó a un puñado de canciones que distaban de ser
"decadentes", sutil ironía empleada para promover, de manera diferente, lo
inusual del espacio. Autores como Juan Luis Guerra, Joaquín Sabina, John
Fogerty, James Taylor, Rubén Blades, Bob Dylan, Ángel Quintero, William
Vivanco, Benito de la Fuente, Cat Stevens, Miriela Moreno y otros, cubanos y
extranjeros, hallaron cabida entre guitarras y voces. Desde los bolerones a
las guarachas y el son, pasando por el folk-rock y la balada americana, las
madrugadas eran un continuo y agradable apelar a la memoria de los
presentes.

Con Lili en las voces, Ariel en las percusiones y Berazaín en la armónica,
se creaba una atmósfera delirante, donde más de uno o una salió a bailar,
otros tarareaban bajito dándole vueltas a una solitaria cerveza, y también
hubo a quien la juma le dio por agarrar el micrófono y (des)entonar
canciones para sus "tres minutos de fama". Invitados apalabrados o
sorpresivos contribuían a lo irrepetible de cada actuación, desde Erick
Sánchez haciendo trova tradicional, hasta David Torrens cantando temas de
Roberto Carlos. ¡Qué locura!

El personal del Tocororo, fiel a la moderna tradición de los sitios
concebidos para turistas de paso y "macetas" nacionales, hacía lo indecible,
con la mejor de las sonrisas, por agriarle la noche a los simples mortales
de a pie que tuvimos la osadía de pisar "su" sacrosanto lugar. No eran
todos, claro, pero la tensión se respiraba en el ambiente desde que se
llegaba, y las excepciones sólo confirmaban la regla. Gente que maneja el
concepto de que la cultura está al servicio de la gastronomía.

Actitudes así parecen ser ya un mal endémico, y es triste que espacios para
la trova, u otros tipos de músicas, siempre terminan jodiéndose por causa de
un grupo de personas capacitadas para cualquier cosa menos para los
servicios que supuestamente deben prestar, sin distinción de bolsillos ni
nacionalidades.

Todavía se recuerda lo ocurrido en el Sol Sostenido del Barbaram, o La Hora
Violeta del Panorama, que desaparecieron entre incomprensiones y choques de
intereses. Ojalá alguna institución valorara la posibilidad de diseñar
opciones semejantes, en la "otra" moneda nacional, con lugares donde los
melómanos podamos acercarnos a lo que hacen nuestros músicos, compartir unos
tragos (solo si lo deseamos), ser atendidos, y pagar el importe con nuestros
salarios. Creo que hace tremenda falta.

Ahora que Frank Delgado parece desterrado de los medios de difusión,
acercarse a cualquiera de sus facetas siempre es refrescante y motivo de
interés. Ya sean sus canciones o las de otros, la oportunidad de pasar un
rato escuchando a este juglar medio hippie y pasado de peso, es un estímulo
que la ciudad no debiera perderse sin meditarlo.

Por lo pronto, cuando ya el Tocororo es agua pasada (por suerte, al menos
para mí) trataré de enterarme la próxima vez que actúe en la Facultad de
Periodismo, el portal de Ileana y familia, o alguna discotemba, para
descargarle a su música sin la pesadilla de consumos mínimos, precios
estratosféricos, y barman insensibles y decadentes.


Tomado de El Ojo y la Oreja

www.trovacub.com

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