viernes, julio 06, 2007

DOS PÁJAROS DE UN TIRO

DOS PÁJAROS DE UN TIRO

La reunión de Sabina y Serrat maquina una alegría de ésas que comienzan con una sonrisa inmensa, y no terminan hasta sacarte todas las lágrimas que venías controlando. Las primeras me salieron en Princesa, y repitieron en Para la libertad, Más de cien mentiras, Cantares, A la orilla de la chimenea, Lucía, y un generoso inventario de canciones/testamento de una vida, la de ellos, por la que la mía propia ha sido sentimentalmente formada y embellecida, dotando a mi corazón de razones irrenunciables para entender, transitar y sobrevivir este mundo.

Debe ser cosa de la poca costumbre bajo un (des)orden que nos ha enseñado a no entusiasmarnos demasiado con los buenos (pero efímeros, casi impropios) momentos, en los que el acto de vivir alcanza un sentido más poderoso que la lucha y negociación permanentes con la conciencia memoriosa de las ilusiones traicionadas. En un lugar donde para caminar tranquilo es preciso que nadie lo haga tres metros atrás, asumimos, como si tal aberración fuera correcta, que la alegría es una visita extemporánea, ocasional, y de consumo rápido en los bares, los cines, el campo o cualquiera otro oasis con el que compensar la frugal medianía de nuestras faenas rutinarias.

Pero ocurre a veces que la certeza de estar vivos, y la emoción de que ello es lo mejor que pudo pasarnos, destroza los cálculos, los hábitos, y los horarios; y su putrefacto olor a claudicación. Y pasa entonces que, en el milagroso desarreglo administrativo de nuestros sentimientos, la risa y el llanto ya no son repelentes. Porque el alma, una vez puesta a gozar, vuela sobre las sogas culturales que gestionan su expresión. Y el cuerpo, esclavo del almita como ya hace tanto Aristóteles explicara, se suelta en risas, lágrimas, brincos, gritos y fanfarrias. El jolgorio de la vida, ¡cómo no agradecerlo!, se recupera, desata y retoma su centralidad escuchando a Joan y Joaquín.

Tengo para mí, porque lo he visto en Zaragoza y me apuesto el nombre y apellido a que lo veré de nuevo en México cuando los Dos Pájaros de un Tiro recalen por ahí, que lo de Joaquín y Joan a muchos nos significa un rescate y un reposicionamiento de nuestra ideología más vitalista. Porque por encima de los desencantos, el escepticismo, la postmodernidad seductora, Cioran, Kundera, von Trier, y todas las cuentas amargas del siglo, el duendecillo de la belleza continúa siendo propiedad (sueño, desencanto, enigma) del género humano. Para inventarse y honrar unos principios de vida donde, como dijera Aute, la belleza no se rinda ante el poder. Para, reconocida nuestra incapacidad de ser Woody, Truffaut, el Che, Joan o Joaquín, creerles a pie juntillas a los poetas que desfondan las jerarquías de un mundo sin solidaridad. Los que Cortázar llamaba justamente cronopios, y fueron entonces un clan.

Y esa noche, la primera de la gira, muchos supimos, por cuanto Sabina y Serrat han hecho por preservar nuestra convicción de que es incorrecto vivir como si la belleza no existiera, que estos cronopios han venido siendo, desde Tu nombre me sabe a yerba, Caballo de cartón, o por cualquiera otra canción/abrazo, nuestros amigos de odios y amores (los más importantes y fundamentales) por el mundo. Los projinuestros, como bautizara Benedetti a quienes, sin tomar jamás un café en nuestra mesa, nos han ayudado a descifrar una tristeza y reamarnos en el sueño que colinda con, pero es mejor, que las pesadillas. Elegir parcela, identidad y militancia de vida, ah qué sí, es un acto personal indisociable del influjo de Joaquín y Joan.

Víctor Martínez

Zaragoza, España, junio 30, 07.

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