viernes, noviembre 23, 2007

De las concertacesiones a los arreglijos


23-Nov-2007

Horizonte político

José A. Crespo

De las concertacesiones a los arreglijos


Como se podrá recordar, las llamadas concertacesiones se inauguraron durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari y representaban acuerdos un tanto turbios con el PAN, encabezado entonces por Luis Álvarez, Carlos Castillo Peraza y Diego Fernández de Cevallos. Se trataba de brindar un cierto monto de legitimidad para Salinas, y el respaldo en el Congreso de algunas reformas, a cambio de que al PAN se le reconocieran los triunfos estatales (como Baja California en 1989, Guanajuato en 1991 y Chihuahua en 1992). Salinas requería el respaldo del PAN, partido de oposición tradicional, con alto monto de credibilidad por su larga lucha democrática, para legitimar en alguna medida su gobierno emanado de un gran fraude electoral (que ahora ya nadie pone en duda, aunque entonces muchos lo negaban, como suele suceder). Así, el PAN aprobó junto con el PRI una reforma electoral, en 1990, que permitía al PRI obtener un número mayor de diputados aunque su votación fuera a la baja (la llamada “escala móvil”). También surgió el IFE, pero todavía con una composición favorable al PRI y con magistrados-consejeros propuestos por el presidente mismo (por lo cual la mayoría de ellos tenían trayectoria priista). Todo con el voto del PAN. Igualmente, el blanquiazul aceptó sumarse al PRI en 1991 para destruir los paquetes electorales, cuya revisión posjurídica hubiera exhibido con precisión el gran fraude de 88 (como quizás ocurriría, pese a las diferencias de magnitud, con los paquetes de 2006).

PRI y PAN (o al menos sus dirigencias) tenían algo en común: su temor y resentimiento hacia el naciente PRD. Tanto el PAN como el PRI tecnocrático veían mal sus propuestas económico-sociales, legado del viejo priismo cardenista. Y Salinas le tenía resentimiento por haber roto con su partido, complicándole significativamente su elección. Por su parte, el PAN veía y ve en el PRD la conjunción de sus dos viejos adversarios ideológicos: el PRI nacionalista-revolucionario y la izquierda histórico-revolucionaria. Por eso el PAN, en aquellos tiempos, no dudaba en sumarse al PRI para descalificar al PRD y negar sus reclamaciones de fraudes electorales en distintos puntos (en particular, en Michoacán en 1989 y 1992). Los panistas decían entonces que las quejas del PRD eran meros pretextos para justificar sus derrotas. Que los tiempos del fraude habían pasado ya, y no volverían. Es cierto que a Manuel Clouthier no le gustaba la estrategia concertacesionista que ya se perfilaba a principios de 1989, pero su muerte (oficialmente accidental) facilitó que sus arquitectos la concretaran exitosamente.

Vicente Fox, entonces clouthierista, criticó esa estrategia, de la que él mismo fue víctima en 1991, cuando Salinas aceptó reconocer el triunfo panista en Guanajuato, bajo la condición de que la gubernatura la ocupara alguien más, no su entonces enemigo Fox. Y, desde entonces, Vicente se enemistó con Diego, declarándose incluso en “huelga política” en 1994 ante los oscuros manejos y las componendas del negociador panista con Salinas. Pero al llegar al poder, Fox retomó la estrategia concertacesionista que tanto había condenado, aunque ahora con las posiciones invertidas: el PAN en el poder y el PRI en la oposición. En esa lógica, Fox perdonó al PRI de todos sus pecados, buscando así su colaboración para empujar las famosas reformas estructurales. Encontró en Elba Esther Gordillo la negociadora adecuada dentro del PRI, pero Roberto Madrazo se atravesó en el camino. El concertacesionismo de Fox fue estéril: no logró ni adelanto democrático ni rendición de cuentas ni reformas estructurales.

Pero nos cuenta ahora Manuel Espino que esa estrategia sigue viva con Felipe Calderón. Sólo que no habla ya propiamente de concertacesiones (un concepto tabú dentro del panismo, por obvias razones), sino de arreglijos, que en esencia son lo mismo. Calderón, como Salinas, requiere el respaldo de otro partido para legitimarse en los hechos, así como para detener al movimiento obradorista (equivalente al de Cuauhtémoc Cárdenas entre 1988 y 1994) y empujar algunas reformas. Todo ello, a cambio de impunidad para el PRI, así como “manos libres” para que haga de las suyas en los comicios locales, en los estados que gobierna. Denuncia Espino que, en Durango, Oaxaca, Veracruz, Tamaulipas y Puebla, los gobernadores priistas “restablecieron el autoritarismo de Estado… con la tolerancia y aun el auxilio del gobierno de Calderón, quien busca apoyo en el Congreso para sus reformas” (Proceso, 18/Nov/07). En Puebla, gente de Los Pinos prohibió que el PAN utilizara el desprestigio del gobernador Mario Marín en su campaña (“Hey, por ahí no”, dice que le dijeron).

Desde luego, se puede pensar que Espino recurre a ese expediente para justificar su mal desempeño electoral. Pero, dada la trayectoria del PAN en el poder, sus explicaciones tampoco son del todo descabelladas. En todo caso, otros panistas, candidatos y dirigentes, piensan que, en las derrotas de su partido, algo tuvieron que ver los arreglijos entre Los Pinos y el PRI. Da la impresión de que tales componendas, de ser reales como asegura Espino, podrían estarse dando también paradójicamente con quien fue víctima del concertacesionismo salinista: Cuauhtémoc Cárdenas. No parece casual que, en la víspera de la elección michoacana, tanto Cárdenas como Leonel Godoy declararan a coro su reconocimiento a Calderón. A cambio, Calderón desmovilizaría cualquier protesta panista en la entidad, como lo hizo. De ser así, Cárdenas estaría irónicamente jugando dentro del PRD el rol que durante el salinato cumplió su viejo enemigo, don Diego Fernández de Cevallos (aunque quizá ya sean amigos, hermanados por su común odio hacia Andrés López Obrador).

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