jueves, diciembre 06, 2007

El Undécimo Mandamiento: No comprarás grandes cantidades de nuestra cerveza



El Undécimo Mandamiento: No comprarás grandes cantidades de nuestra cerveza

por John W. Miller
Dow Jones Newswires

Westvleteren, Bélgica, 29 de noviembre – Los monjes trapenses del monasterio de San Sixto hicieron votos de pobreza, castidad y de no comer carnes rojas. Además, sólo hablan cuando es necesario. Pero es posible hablar con ellos por el teléfono de la cerveza.

En este remoto lugar, cerca de la frontera francesa, estos monjes elaboran la cerveza Westvleteren desde 1839. Ésta, que se ofrece con hasta 10.2% de alcohol por volumen, es una de las más cotizadas del mundo. En bares de todo el mundo, desde Bruselas a Boston, y en línea, cada botella de 325 mililitros se vende en más de 15 dólares, o 10 veces más de lo que piden los monjes. . . si se consigue.

No obstante, a los 26 monjes de San Sixto, el éxito les provoca una resaca espiritual al tratar de mantener un mercado insaciable en sintonía con su vida de contemplación.

Los monjes hacen todo lo que pueden para resistirse a crecer. No se anuncian y no ponen etiquetas en las botellas. Además, desde 1946, la producción no aumenta. Sólo venden en la puerta del monasterio. Pero es preciso hacer cita y hay un límite: dos cajas de 24 botellas al mes. Debido a que la escasez ha creado un mercado negro en línea muy cotizado, los monjes navegan por internet en busca de revendedores para tratar de convencerlos de que desistan de su práctica.

“Vendemos cerveza para vivir, y no viceversa”, dijo el Hermano Joris, director de la cervecería, que lleva un hábito blanco. Sin embargo, los amantes de la cerveza parecen vivir por la Westvleteren.

Hace poco, cuando Jill Nachtman, una estadounidense que vive en Zürich, quiso probarla, llamó a la línea de atención a clientes que todos conocen como el “teléfono de la cerveza”. Después de una hora de escuchar el tono de ocupado, por fin le contestaron y concertó una cita. Manejó 16 horas para recoger su cerveza. “Si se toma en cuenta la gasolina, el hotel, además del precio de la cerveza, gasté 20 dólares por botella”, dijo.

Hasta hace dos años, cuando los monjes instalaron un nuevo conmutador telefónico y crearon el sistema de citas, a veces la red telefónica local fallaba, debido al número de llamadas para adquirir la cerveza Westvleteren. Los automóviles hacían colas de varios kilómetros por la carretera rural de un carril que lleva al monasterio de ladrillo rojo, cuando las personas esperaban para recoger su cerveza.

“Esta cerveza es adictiva, como el chocolate”, dijo Luc Lannoo, un belga desempleado de 36 años de Gante, ciudad ubicada a una hora de distancia, al tiempo que cargaba dos cajas de Westvleteren en su auto, a las puertas de San Sixto, una mañana. “Por eso, tengo que venir cada mes”.

Dos sitios en internet, Rate Beer y Beer Advocate, clasifican al producto más fuerte de los tres que produce Westvleteren, una cremosa cerveza oscura conocida como “la 12”, como la mejor del mundo, por delante de marcas como la sueca Narke Kaggen Stormaktsporter y la Surly Darkness de Minnesota.

“Sin duda, es el elíxir máximo entre las cervezas”, dijo Remi Johnson, gerente de Publick House, un bar de Boston que incluye la Westvleteren en el menú, pero que rara vez la tiene en existencia.

Algunos amantes de la cerveza dicen que la pasión por la Westvleteren es producto de su escasez. “Es muy buena”, dijo Jef van den Steen, cervecero y autor de un libro sobre los monjes trapenses y sus cerveza, publicado en francés y holandés. “Pero es como la estrella cinematográfica con la que todos queremos hacer el amor, porque es inaccesible, aunque la esposa de uno sea igual de guapa”.

Gracias al teléfono de la cerveza, ya no hay colas de automóviles fuera del monasterio. Pero la producción sigue siendo de sólo 60,000 cajas al año, en tanto que la demanda es mayor que nunca. Westvleteren se ha vuelto casi imposible de encontrar, aún en los bares especializados en cerveza de Bruselas y en las cantinas cercanas al monasterio.

“Todo el tiempo pido la cerveza”, dijo Christophe Colpaert, gerente del Café De Sportsfriend, un bar cercano al monasterio. “Los monjes difícilmente quieren hablar conmigo”. Un día reciente, un mensaje grabado en el teléfono de la cerveza decía que San Sixto ya no daba citas; que la cerveza se había acabado.

Aumentar la producción no es opción, de acuerdo con el hermano Joris, de 47 años, quien dijo haber abandonado una estresante carrera en Bruselas para ingresar a San Sixto hace 14 años. “Interferiría con nuestra vocación de monjes”, dijo.

Los monasterios belgas, como San Sixto, empezaron a fabricar cerveza después de la Revolución Francesa, en 1799. La purga anticatólica de la revuelta provocó la destrucción de iglesias y abadías en Francia y Bélgica. Los monjes necesitaban dinero en efectivo para reconstruirlas y la cerveza era, y sigue siendo, muy lucrativa.

Trapense es un apodo de la Orden de Cistercienses de Observancia Estricta, quienes fundaron su orden en La Trappe, Francia, en la década de 1660, porque pensaron que los monasterios cistercienses eran cada vez más laxos. Los monjes de San Sixto duermen en un dormitorio común y permanecen en silencio en el claustro, aunque hablan si es necesario. Sin embargo, en la actualidad, los trapenses son cada vez más célebres, por fabricar buena cerveza.

Siete monasterios (seis belgas y uno holandés, La Trappe) tienen autorización para colocar una etiqueta de cerveza trapense en sus botellas. En 1996 crearon una alianza para proteger su marca. Tienen abogados en Washington y Bruselas listos para demandar a los cerveceros que tratan de usar la palabra trapense. Una vez cada pocos meses, el Hermano Joris se viste de civil y toma el tren a Bruselas para reunirse con otros monjes para compartir datos de ventas y de negocios, además de trazar estrategias.

Los monjes saben que su cerveza se convierte en un gran negocio. Eso es muy bueno para los hermanos de Scourmont, un monasterio en el sur de Bélgica que fabrica la marca Chimay, que se encuentra en tiendas y bares de Europa y Estados Unidos. Ellos apoyan la publicidad y las exportaciones, y sus ventas superan 50 millones de dólares anuales. Dicen que los empleos que generan en la localidad hacen que el negocio valga la pena.

Otros monasterios, que manejan marcas conocidas para los amantes de la cerveza como Orval, Westmalle y Rochefort, también están felices de hacer crecer sus negocios para satisfacer la demanda.

En San Sixto no sucede lo mismo. El Hermano Joris y los demás monjes producen cerveza sólo unos cuantos días al mes, usando una receta que han mantenido en secreto desde hace 170 años.

Dos monjes manejan la producción. Después de la oración matutina, mezclan agua caliente con la malta. A mediodía añaden lúpulo y azúcar. Después de hervir, la mezcla se fermenta hasta por siete días en una habitación esterilizada, y es suficiente para llenar cerca de 21,000 botellas. De allí, la cerveza se bombea a tanques cerrados en el sótano, donde reposa entre cinco semanas y tres meses. Por último, se embotella y se moviliza mediante una banda transportadora hasta las cajas que esperan para ser llenadas. Los monjes de San Sixto acostumbraban preparar la cerveza a mano, pero la regla de la orden no desalienta el uso de la tecnología, por eso invierten parte de sus utilidades en equipo para mejorar la productividad. San Sixto construyó su actual cervecería en 1989, con la experta asesoría de la empresa que entonces se conocía como Artois Breweries.

En la década de 1980, los monjes debatieron si debían seguir elaborando un producto para embriagar a las personas. “Elaborar cerveza para vivir no es deshonor. Somos monjes occidentales y moderación es clave en nuestro ascetismo”, dijo el Hermano Joris en otra entrevista por correo electrónico. “Decidimos apegarnos a nuestras habilidades tradicionales, en lugar de criar conejos”.

El resultado es una cerveza con un alto grado de alcohol y que deja un regusto afrutado y ligeramente dulce.

Traducido por Luis Cedillo

Editado por Juan Carlos Jolly

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